“CERROJO INTERIOR”
(sueño)
Era vísperas de verano, hacía calor.
Desperté temprano, tomé el mando a distancia del la TV y la conecté. El aparato estaba sobre el suelo. Al instante de empezar a funcionar, la pantalla se giró sola, no podía ver las imágenes. Desde la cama y con cierta dificultad, alargué el brazo para moverla a su original posición pero cuando me volví a acomodar, de nuevo se giró. Volví una y otra vez, a veces con la mano, otras con el pie, a colocar la pantalla frente a mi, pero al ver que era imposible disfrutar de un rato de relax, opté por levantarme harta de tanto esfuerzo para nada.
Hay cosas por el suelo, trastos…, abandonos, tales como: cables, cartones, plásticos doblados, cajas vacías, una pequeña alfombra muy vieja y un árbol de Navidad sin luces, con adornos envejecidos y empolvados. Fue entonces cuando decidí dedicar el día a ordenar, limpiar todo aquello y quitar el árbol.
-Era casi verano, no tiene sentido que permanezca puesto, pensé.
Salgo de la habitación y por el pasillo me cruzo con un niño pequeño de un año y medio, aproximadamente, que corretea. No le reconozco, pero imagino que es de la familia porque siento mucho cariño hacia él. Intento llamar su atención para cogerle y abrazarle, pero me esquiva, se me escapa entre risitas, prefirió ir tras otra persona de mi familia que pasaba por allí. Siento decepción.
Decido salir de la casa, me siento en el borde de la acera. Observo que junto a mi hay una niña de unos doce años que parece muy sola. Nos miramos, parece que nos reconocemos, pero no sabría decir de qué. Las dos permanecemos sentadas, la una junto a la otra mirando al frente, observando todo y nada: la gente pasar, los primeros rayos de sol…, la vida. Salgo de mis pensamientos y me fijo en otra niña que empieza a lanzarle, a la que estaba sentada junto a mi, bolas de barro fresco. No me gusta lo que hace, la puede hacer daño o manchar. De pronto una de esas bolas que fallaban sobre la niña, hace blanco en mi rostro. No me importó,
-así no dará a la niña, pensé. Pero “mi niña” fue la que le increpó a la otra por su acción. La miré ‘compasivamente’ y agradecida por su gesto. Sentí que era el momento de retirarme. Me levanté para entrar a en mi casa a lavarme, satisfecha de haber evitado una agresión, aunque fuera yo la que la recibiera.
Al empujar la puerta observo que la cerradura está forzada, abre pero no cierra. Corro a ver la otra puerta de entrada -había dos en la casa- y también está apalancada, forzada, destrozada la cerradura, pero… ¿cómo había sucedido?, al salir la puerta estaba abierta y no lo vi.
-Debió ocurrir el día anterior mientras yo estaba ausente trabajando todo el día en la ciudad, pensé.
Fuera quien fuera, eso era lo de menos, me alegro de que no llegara a entrar porque el cerrojo interior que yo siempre tenía echado, no permitió la entrada. ¿Un cerrojo interior? Sí, lo había, pero entonces ¿cómo cierro mi casa por dentro cada vez que salgo?, y cuando regreso ¿cómo abro?
(En medio de estas interrogantes desperté de mi sueño muy abatida)Geles Calderón
(21-05-11)
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