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"¡QUÉ IMPORTA!" - (Voz y letra de Geles Calderón)

"SONETO DEL AÑIL RECUERDO" - (Letra de Geles Calderón - Voz de Miki)

"NO ME IMPORTAS" - (Letra de Geles Calderón - Voz de Miki)

"¡QUIÉN SABE!" - Poema de Geles Calderón - voz: Bea Salas

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29 de septiembre de 2009

"LA DAMA DEL VIENTO" (cuento) autora: Geles Calderón



“LA DAMA DEL VIENTO” (cuento)
(Nº 491) (año 2002)
En un lugar llamado Erbnom-Nis, un día el viento soplaba con una fuerza tal, que los tejados de viejas tejas volaban, los árboles se inclinaban resignados y las cosechas peligraban.
Ya estaban los habitantes del pueblo a punto de perderlo todo, cuando se formó en lo alto de la colina, un fuerte remolino de polvo y confundido con el sonido del viento, dejaba oírse una canción. De pronto, cesó el viento y el remolino desapareció, y vieron en su lugar a una dama esbelta de cabello muy largo y oscuro, que se alejaba hacia el valle.

Desde entonces, a esa dama se la veía por el poblado adquiriendo algún enser, leche, frutas. De esta manera fueron conociéndola poco a poco, aunque era mujer de pocas palabras y gran belleza. En su larga melena negra destacaba un mechón rojo, que ondulante acariciaba su mejilla derecha. Sus grandes ojos eran de tonos diferentes: uno era del color de la miel y el otro verde musgo. Esto, junto con sus largas y espesas pestañas, le daban un aire misterioso.

Cuentan que el hombre que logre hacerla llorar, podrá ver que derrama lágrimas por un solo ojo, el de color miel, y que solo entonces podrá ver los dos ojos de un mismo color: verde musgo... los dos a la vez, y si en ese momento miraran a los tuyos... te enamorarás perdidamente para no olvidarla jamás. Tras de su mirada húmeda, tu dicha será corta, porque tu paz pronto se convertirá en pesadilla ya que nunca podrás poseerla, porque su corazón fue herido grave por antiguo amor imposible, y cuando curó del mal... perdió la capacidad de amar.
Debes saber algo más: Si eres varón y tu mirada se encuentra con la suya cuando ella llore, el hechizo se habrá realizado. Soñarás noche tras noche con la dama, y en tus sueños te serán revelados conocimientos que nadie del lugar conoce, y tu sabiduría será grande, pero... a medida que ésta aumenta, también tu amor por ella irá creciendo en la misma medida, y una noche de brujas (San Juan) ella vendrá a visitarte para hacerte suyo, y no verás el amanecer nunca más, porque al satisfacer tu deseo tan largamente alimentado, tu corazón mal herido de amor, no podrá soportarlo, y en su último latido, ella derramará una lágrima sobre tus labios y desaparecerá de nuevo entre las sombras de la noche.
Así le pasó a un joven del lugar, pero... esa es otra historia.

Su belleza es semejante a un palacio, cuya fachada es tan hermosa que uno no aspira a llegar más que al umbral, y se queda ante ella perplejo y deslumbrado, satisfecho de que lo dejen a uno estar allí solo para admirarlo, casi saciado.
Aunque su nombre es Selegna, la conocen por “La dama del viento”, y todos la respetan, nadie sabe su edad, pero su aspecto es joven, sus movimientos son lentos y ello le hace aún más majestuosa, como llegada de otros mundos. Nadie sabe tampoco de dónde vino y no se la conocen parientes. Su voz es cálida, aterciopelada y suave como su andar pausado.
Con los niños del lugar tiene mucha paciencia y tolerancia. Cuando la ven, se acercan corriendo a besarla y pedirla que les cuente una historia. Ella con una dulce sonrisa les complace y pronto se la ve rodeada de criaturas que, sentadas a su alrededor, la escuchan casi sin respirar.

La dama solo se deja besar, jamás besa, aunque hay quién dice que la vieron besar un día a un pajarillo que posado en su brazo, ella le acariciaba su ala herida, e instantes después alzó el vuelo dando dos círculos sobre su cabeza, para luego alejarse trinando. Quién observó esto, cuenta que la ha visto hablar con las aves y que ellas la responden con bellos trinos jamás escuchados.

Para llegar a su hogar hay que atravesar campos de siembra, cruzar el río por su estrecho puente de piedra antigua, subir a la colina y desde allí se divisa un hermoso valle de una hierba casi virgen que invita a recorrerlo corriendo descalzo y volver a hacerlo una y otra vez hasta caer sobre su lecho desmayado.

Allí está su casa, es una cabaña hecha de troncos del bosque, y en la pradera un caballo negro de largas y brillantes crines, pasta. Una cabaña junto a un gran castaño que la cobija del sol. Un pequeño riachuelo, de aguas cristalinas, atraviesa el valle para encontrarse con el río. A un lado, el bosque deja oír el batir de sus árboles, meciendo tus oídos.
Los sentidos despiertan ante tanta belleza y paz. Si inspiras profundamente, tu pecho se llena de frescor y aromas naturales. Si te descalzas y caminar sobre esa hierba fresca sentirás que formas parte de la naturaleza que tus pies acaricia.
En las noches de luna llena, a la dama se la ve alejarse galopando sobre su caballo negro, de nombre Ogima, hasta un lugar donde el río hace un recodo y sus aguas son mansas y profundas. Allí se despoja de sus vestiduras y a la luz de la luna se zambulle. Ella parece entonces una de esas criaturas de las que la naturaleza se enorgullece y solo nos las deja contemplar de lejos, como un regalo que no nos ha sido destinado. Su belleza se asemeja a la de una sirena, porque su larga cabellera aún lo es más cuando está húmeda, y su cuerpo mojado brilla como nácar negro en la noche. Se desliza lenta y sinuosa como si las aguas y ella se pertenecieran, como en un abrazo se confunden las ondas del tranquilo río y ella.

Hay un anciano en el pueblo que tiene más de un siglo de edad y va cada tarde a la taberna a tomar unos vinos con los lugareños, y cuenta que cuando él era niño, conoció a una mujer anciana que se le parece mucho a “La dama del viento”, porque también tenía un mechón rojo en su melena canosa y un ojo de cada color. Una anciana y “bruja”. Y cuenta que vivía en una abandonada cueva de osos en el bosque, y nunca la vieron acercarse al pueblo. No hablaba con nadie, se alimentaba de frutos y raíces, todas las noches abandonaba su cueva y se dirigía hacia el gran árbol, el más alto y antiguo de todos. Frente a él comenzaba, la anciana, a girar y girar sobre sí misma formando un gran viento hasta que su piel se desprendía entera de su cuerpo y elevándose se quedaba colgada sobre un brazo de árbol como si fuera un vestido viejo. Ella entonces, se elevaba sobre todos los árboles del bosque y, veloz como un rayo, se perdía en la lejanía. Nadie sabía a dónde viajaba, pero sí que antes del amanecer, regresaba como se fue, y volvía a vestirse su piel de mujer para volver caminando a su cueva. Esto lo hacía cada noche de luna llena.

El anciano que narraba esto, se toma una breve pausa en su historia para tomar un corto trago de vino y continúa contando que un día, tres chicos adolescentes de Erbnom-Nis que habían oído esas historias en el pueblo, decidieron comprobar por ellos mismos sin era cierto, y sabiendo que esa noche habría luna llena, a la puesta de sol se adentraron en el bosque en busca del gran árbol, y tras encontrarlo, acordaron esconderse cerca para esperar a la anciana bruja y ver con sus propios ojos todo lo que oyeron.

Pronto oscureció y era noche de luna llena. Los tres jóvenes pudieron oír un crujir de hojas secas que intermitentemente producían unas pisadas que se aproximaban hacia ellos, y sin aliento, giraron la cabeza al mismo tiempo hacia la misma dirección. Cerca, muy cerca de ellos, se aproximaba la anciana de larga melena canosa y mechón rojo. Pasó a pocos metros de los muchachos y al llegar frente al gran árbol detuvo sus pasos, alzó los brazos hacia él y comenzó a exclamar en una lengua desconocida, frases en tono alto y luego más alto... amenazadoramente, como si el gran árbol fuera el culpable de toda su soledad y desesperación. Sus gritos eran estremecedores en el silencio de la noche. De pronto, “la bruja” juntó las palmas de sus manos apuntando al cielo y comenzó a girar y girar sobre sí misma a gran velocidad levantando un viento que formó un fuerte remolino de hojas secas que por un momento la envolvieron. Entonces, los muchachos, vieron como se despojaba de su piel sin sufrir desgarraduras, yendo a parar entera sobre una rama del árbol, tal y como habían oído relatarlo.
Los jóvenes abrieron sus bocas tanto como sus ojos, ante lo que estaban presenciando. No salían de su asombro... Después, el remolino se elevó y desapareció con él la anciana.

Tras unos momentos y en silencio se fueron atreviendo a salir despacio de su escondite y se acercaron lentamente a ver aquel colgajo de piel que todavía se balanceaba sobre la rama. Querían regresar, pero uno de ellos, el más mayor, propuso a sus amigos gastar una broma a la vieja bruja del viento... Quería quemar su piel, y esto a los otros les pareció divertido, y así lo hicieron.
Nunca más volvieron a ver a la anciana.

Desde aquel día el gran árbol comenzó a morir lentamente hasta desaparecer.
Este era el relato que aquel anciano contaba en la cantina a los lugareños que habitaban Erbnom-Nis.

La llegada de Selegna con su aspecto joven, pero tan parecido al de la bruja del viento, ha comenzado a despertar desconfianzas en algunos habitantes mayores del lugar, no saben qué pensar, pues aunque ella es más sociable pues se acerca al pueblo, es cariñosa y bondadosa con los niños, y vive en una cabaña visible para todos. A pesar de eso, sus ojos, su pelo, sus dones..., esas coincidencias les desconciertan. Saben que el poder que entrañan sus ojos, pueden ser muy dañino. Nunca la hables de soledades infantiles, ni de animales maltratados o heridos, ni de ancianos abandonados... Cuentan que cuando un animal está herido o enfermo, solo tiene que acariciarlo para sanar su mal, pero ha de hacerlo a solas, sin presencia humana. Y pobre de aquél que maltrate a alguno de sus amigos, porque le echará su maldición, que consiste en que se le volverá contra él el mal que produjo.

Un ejemplo:
El perro del herrero solo comía pan duro que su amo le daba una vez por semana, y estaba muy delgado. Un día Selegna se enteró de esto y a partir de entonces, el herrero que era un hombre robusto, empezó a adelgazar notablemente porque su estómago no admitía otra comida que no fuera un poco de pan duro y agua. Él insistía en comprar a diario carne y pescados, pero era inútil. Después de cocinarlos y cuando ya se lo iba a comer, le empezaban a dar nauseas, dolor de estómago y mareos, así que lo tiraba a la basura, de donde su perro iba comiendo sin que su amo lo supiera, pues estaba demasiado ocupado en él mismo y ya ni pan duro le daba a su perro. Así fue que el animal fue engordando poco a poco y recobrando las fuerzas perdidas y belleza en su pelo antes caído y sin brillo.
Cuando este hombre llegó a estar tan delgado como estuvo su perro, ella fue a visitarle. Le hizo reconocer su equivocación y prometer que a partir de ese día alimentaría al animal con la misma comida que él tomara, y así fue como el herrero recobró su gusto por los guisos y comenzó a recuperar su peso y buen humor, además del placer de disfrutar de la amistad de su mejor amigo, su perro, el cual siempre le fue fiel a pesar de que se olvidara de él.

La dama del viento sabe que para ser feliz es bueno disminuir las necesidades para restar así las fatigas que cuesta satisfacerlas, así se llega a necesitar muy pocas cosas y ésas muy poco.

Ella recoge castañas del árbol que cobija su casa del sol y con ellas hace todo tipo de tortas y panecillos dulces muy apreciados en el lugar donde luego los vende. Nunca olvida a sus pequeños amigos los niños, para ellos hace unas minúsculas figuritas con una masa especialmente elaborada con castañas cocidas, miel y canela que representan todo tipo de animalillos que les regala cuando termina de contarles un nuevo cuento.
Entre los niños que tan atentamente escuchan las fantásticas historias que Selegna contaba, se encuentra Olós. El era el mayor del grupo, tenía doce años y quizás por ello, siempre se sentaba rezagado en último lugar. Le encantaba oírla, era el que mayor atención ponía y no se perdía una sola palabra, ni el más mínimo gesto, ni el más pequeño matiz de su voz.
Cuando Olós volvía a casa, lo hacía corriendo para contarle todo lo que había estado escuchando, a su pequeña hermana que una parálisis infantil la mantenía inmóvil en una silla especial y siempre le escuchaba, son sus enormes ojos abiertos y luminosos como dos luceros en una noche oscura.

Van pasando los años. Las gentes de Erbnom-Nis envejecen, y la dama del viento... también. El anciano centenario falleció hace muchos inviernos, y aquellos niños se hicieron hombres y ahora ya son padres de familia. Olós se casó, después de que su hermana falleciera, y tuvieron una niña preciosa, pero enviudó a las pocas semanas de nacer la criatura y tuvo que cuidar él sólo de la pequeña. Hacía diez días que Selegna no iba por el pueblo y era extraño porque la veían a diario. Esto le preocupaba a Olós y había decidido ir a visitarla al día siguiente. Aquella noche se acostó rendido de cansancio, el trabajo había sido duro y cuidar de su pequeña no le dejaba descansar. Él creía que dormiría plácidamente y de un tirón pero fue una noche de pesadilla...

De madrugada, cuando aún brillaban las estrellas en el firmamento, Selegna volvía a lomos de Ogima de darse su baño de agua y luna, cuando el caballo detuvo sus pasos de pronto...., respiraba fatigado, muy fatigado. Ella se apeó rápidamente y acariciándole el morro le susurró palabras de aliento, ánimo y cariño profundo. Ogima, haciendo un esfuerzo, continuó su caminar junto al de Selegna, muy lentamente. Al llegar a la pradera, no pudo más y doblando sus patas, se dejó caer suavemente sobre el manto verde. Ella estalló en llanto y abrazada a su cuello le habló y le besó y le suplicó... Le dio todos los besos que nunca gastó, sabía que ya no podía hacer nada por él. Su don para curar otros animales, no funcionaba con él, su desesperación era grande porque por su mejor amigo no podía hacer nada. Su vida se escapaba y ella está allí, sin poder parar aquello...
En su alma todos los dolores hicieron presa. Todas las sombras turbias la acecharon y sin quererlo, bebió todas las amarguras. Era el eco de sus sollozos su compañía, cuando amanecía. Acaba de dejar de respirar Ogima.
Desde aquel día las lágrimas externas dejando de correr por su mejilla para convertirse en secretas, que son las que crean heridas profundas hasta perforar el corazón.
La dama no volvió a recoger castañas y sus vecinos y amigos dejaron de verla por el pueblo. Su cabaña permanecía abandonada y con las puertas abiertas.
Selegna había desaparecido.

Pasaron varias lunas antes de volverla a ver un pastor que llevaba su escaso rebaño de ovejas a pastar en la pradera. El sol se empezaba a poner, cuando éste hombre se dio cuenta de que una oveja preñada no estaba en el rebaño. Ya era hora de volver, pero antes debía encontrarla, así que se adentró en el bosque un poco y pronto la encontró, pero también vió algo más... Allí estaba su oveja con dos corderitos recién nacidos. El animal los estaba lamiendo para retirar los últimos signos de un parto, y junto a ellos... estaba Selegna, la cual había estado ayudando al parto de la oveja, y al ver llegar al pastor, ella se alejó corriendo bosque adentro.

Al día siguiente, el pastor contó en el pueblo lo que pasó y los que fueron niños oyentes de las historias de la dama del viento, quisieron salir a buscarla, pues el pastor además les dijo que la encontró muy vieja, el pelo había perdido su color original para tornarse gris, aunque el mechón rojizo seguía igual de luminoso.
Salieron al caer la tarde y sin saber por qué, todos en grupo caminaron en la misma dirección. Pronto se vieron frente a la entrada de una antigua cueva de osos abandonada. Había un estrecho sendero que partía de la guarida y se adentraba hacia la parte frondosa del bosque. Decidieron seguir su trazado y enseguida llegaron frente a un gran árbol, justo en ese momento se desencadenó un fuerte viento, las hojas volaban, las pequeñas ramas secas chocaban contra los cuerpos del grupo de amigos de Selegna y todo ello les impedía ver nada, pero sí pudieron oír una bella canción, igual que cuando apareció la dama del viento sobre la colina.

Todos supieron, en esos momentos, que nunca más la volverían a ver. Aquella canción hablaba de su soledad y desesperación. Era su adiós... ¡Aquello era demasiado fuerte para asimilarlo! Fue entonces cuando Olós... despertó agitado y empapado en sudor.
Todo había sido un mal sueño, una terrible pesadilla.
Se levantó, eran sólo las seis y media de la mañana, pero no podía esperar. Fue a ver a su pequeña, ella dormía profundamente y era demasiado temprano para llevársela a su vecina más próxima para que la cuidara, como hacía en otras ocasiones, por un rato. Así que llamó a su perro mastín blanco de diez años, al que gustaba recibir la compañía de los niños y en especial la de la pequeña hija de Olós. Éste animal le había sacado ya de más de un apuro y confiaba plenamente en él, es por eso que le confiaba circunstancialmente el cuidado de la niña mientras él se ausentaba. Y sin más, salió y se fue hacia la casa de Selegna. Hacía frío esa mañana, el invierno se hacía notar, al llegar a la cabaña pudo ver que la puerta estaba abierta, entonces le vino a la mente lo que había soñado la pasada noche... Tenía temor a no encontrarla en su interior. Entró lentamente, y con cuidado por si ella dormía, o quizás... ¡no!, no quería pensar que algo malo la habría pasado, no quería tener que llamar a sus amigos –como en el sueño- para adentrarse en el bosque a buscarla, eso supondría quizás no volverla a ver, y eso..., eso sería una terrible realidad.
Al entrar en la primera estancia de la cabaña, se sorprendió al ver allí a Ogima que le recibió con un relincho, dando muestras de agitación, pero Selegna... no estaba. ya con paso más presuroso, Olós se adentró a la cocina y tampoco allí estaba. Su corazón galopaba, por último abrió la puerta del dormitorio y la encontró tumbada en su cama, inmóvil, vestida, peinada y con el calzado puesto, estaba echada sobre sus blancas sábanas. Él se acercó, entre temeroso y ansioso, y le tocó la frente. Ella no reaccionaba, estaba fría y respiraba con dificultad. Entonces Olós se apresuró a tomarle el pulso y a preguntarle cómo se encontraba, qué la dolía, qué la pasaba... Ella balbuceó algo que él no pudo entender. No lo pensó más y cogió una manta que había doblada sobre una butaca, la envolvió en ella, luego la tomó en sus brazos y cargó con ella en sus brazos hasta el pueblo. Ogima les seguía. La llevó sin pausa hasta la casa del doctor y después de hacerla un reconocimiento completo, le diagnosticó una importante neumonía.

Con el cuidado de Olós y mucho reposo, pronto sanó del todo y él ya nunca más la dejaría volver a vivir sola. La propuso quedarse a vivir con él y la pequeña, la querría y cuidaría como si ella fuera su madre y abuela de la niña. Selegna aceptó encantada y recordó a aquel pequeño solitario que escuchaba muy atentamente sus cuentos e historias cuando era niño, pero hoy ya era un padre responsable de una hermosa criatura a la que ella adoptaría como nieta, y a la cual le transmitiría todos sus conocimientos como heredera única de su don. Tenía mucho que enseñarle, mucho que contarle, mucho que entregarle de sus conocimientos y fantasías.

Desde entonces la niña ya no se sintió sola nunca más, pues además de crecer junto a su padre, estaban también el fiel mastín, el caballo Ogima y... Selegna, “La dama del viento”.

(Para saber el verdadero significado de los nombres propios de este cuento, deberás leerlos de atrás hacia adelante, de este modo también sabrás el motivo de sus nombres... Quizás ya lo descubriste antes de llegar al final sin necesidad de esta aclaración, en ese caso mis felicitaciones y... házmelo saber.)

Geles Calderón
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3 comentarios:

  1. Hace años que no había leido/oido historia como ésta, Geles... De verdad tengo que remontarme muchos atrás para recordar, entre mis relatos infantiles, algo que me resultara tan mágico, tan maravilloso, tan fascinante y cautivador. No me has contado ninguna historia, Geles: has logrado que forme parte de tu cuento y, entre asombrado y medroso, que lo viva desde dentro.

    Y, por supuesto, generosa como nadie, porque soy consciente de que formando parte de este cuento nos has regalado toda la vida de "La Dama del Viento", cien mil cuentos dentro de uno.

    Besos, Geles. Nunca me equivoco cuando te digo que eres especial.

    PD: Por cierto, sé que Angeles es alguien muy, muy, muy importante en tu vida ¿no? No creo que el nombre sea fruto del azar. Hay mucho de tu vida impregnado en este relato...

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  2. Onminayas, mi sabio amigo... Es evidente que ves más allá de las letras o precisamente por ellas, y otras observaciones, llegas a dónde hay que llegar para comprender.

    Sí, hay más de un cuento dentro de este, y también aciertas en que en él no hay nada dejado al azar...

    Eres muy generoso conmigo. Gracias, mi querido amigo.

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  3. Humildemente, no me echaré flores diciendo que me dí cuenta de los nombres, de tal manera que, las flores, te las regalo y brindo a tí Geles, para felicitarte por este precioso cuento, cientos en uno.

    Besos

    Ana:)

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Muchas gracias por vuestros comentarios, valoro el tiempo que empleáis en leerme y dejarme vuestra opinión. Un abrazo.