“CADA SIETE DÍAS...”
(Nº607) (08-11-09)
Ella despertó temprano. Sola en su lecho, como cada día.
Encendió la televisión para ver, como de costumbre, a primera hora las noticias, pero esa mañana su mente volaba a unos cientos de kilómetros, donde las aguas mediterráneas bañan otras pieles ignorando la ausencia de la suya.
Mientras ella se pierde, con los ojos entornados, en su ensoñación, su esposo duerme en una contigua habitación. Antiguos motivos, desde hacía más de dos décadas, determinaron que así fuera esa situación.
Pero algo la sacó de su ensimismamiento. Abre los ojos. Oye los pasos de su marido, se está acercando a su dormitorio. La puerta se abre con delicadeza y él aparece frente a ella con una flor de jazmín entre sus dedos, recién recolectada del jardín de la casa. Se lo entrega junto con un “buenos días” y un leve beso que apenas roza la comisura de sus labios. Se descalza, acomoda sobre un extremo de la almohada uno de los dos grandes cojines que reposan sobre la alfombra, y se introduce entre las sábanas de la amplia cama en la que ella yace.
Ritual repetido cada siete días… Ella se lo conoce. Nada cambia. Cualquier detalle que en su día pudo ser bello, si cae en rutina, se convierte en invisible, y ella ya no apreciaba la flor, ni su aroma, ni existía la sorpresa de su toc… toc…
Todo era repetitivo: la misma forma a la misma hora; cada gesto, cada movimiento; mismo tono de las mismas palabras que ella ya adivinaba; cada mirada, cada “intención”… y la de su marido era poseerla, hacerla suya… “suya”, ¡qué ironía! Era su esposa, pero él sabía que si alguna vez le perteneció, de “cuándo” ya se olvidó.
Ella no le deseaba. Intentó zafarse con excusas poco convincentes, pero él pacientemente cejaba y volvía a insistir… Sus caricias, aún siendo suaves, a ella la dolían. Lento e interminable ritual de rutina semanal.
Después de torpes intentos de él, y de huidizos labios y abrazos de ella, el “acto” se consume. Pero un instante antes de alcanzar la cumbre, ella recurre a la memoria, y entre sus recuerdos más hermosos de otros besos y otros encuentros deseados… acudió a su llamada de ayuda, su último gran amor malogrado. El rostro de aquel hombre se le apareció fresco y nítido frente a ella, sustituyendo la imagen de su marido. Se le presentó entre burlón y gozoso a modo de flash, ¿para martirizarla? ¡No! ¡Para ayudarla!
Ella podía oler su aroma, y oírle cómo la llamaba de esa forma que nadie nunca la llamó. Podía sentir su empuje viril siempre mirándola a los ojos mientras se poseían con deseo y pasión en amoroso encuentro pleno de imaginación y armonía. Tanto fue así, que su boca casi la traiciona al iniciarse en sus labios, por dos veces, el comienzo del nombre de quien imaginaba dentro de ella, y que luego en susurro terminaría de pronunciar, mientras dos lentas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
Así fue como ella consiguió culminar sus reprimidos deseos por otro hombre… ¡entre los brazos de su marido!
Al acabar, tumbada boca arriba, dos nuevas lágrimas silenciosamente resbalaron hacia sus sienes. Cierra los ojos intentando olvidar la imagen de la aparición…
En la televisión que cuelga de la pared frente a su cama, comienza un documental sobre el mundo animal. Los ojos la arden. Su marido se quedó dormido a su derecha. Ella abre los ojos, fija su mirada en la pantalla de su televisor y… un primer plano de los ojos azules de un lobo blanco la miraban… ¡rompió a llorar!

Geles Calderón