VIDEO con MI VOZ:
“EL CHELISTA NOCTURNO” (relato)
La noche la recibió con un gélido abrazo. El termómetro no
marcaba ningún grado.
Asomada al balcón, la gasa de su blanco camisón ondeaba al
viento como una bandera de rendición. Nadie había para abrazarla, sólo sus
manos suaves se asían a sus brazos apretándose contra sí misma, abrazo escaso
para el desamparo de su alma.
Al otro lado de la calle un encorvado violonchelista acunaba la noche interpretando una melodía que enseguida reconoció, (era "Liebesleid" de Fritz Kreisler), en un recital cadencioso e intimo.
-¿Cuánto tiempo llevaba el músico allí?, se
preguntaba. Entonces el chelista levantó la cabeza y miró hacia el balcón -desde
donde ella le observaba- como respondiéndole: -“Muchos calendarios de un tiempo
perdido hasta este minuto en que usted en mí se fijó”... Después la sonrió.
Ella se estremeció...
¿Qué hacía allí el músico? Era tarde, la noche era fría, la
calle no estaba concurrida y por lo tanto no iba a recaudar ningún beneficio
económico, pero pensándolo bien... ¿por qué iba a necesitar un motivo? Quizás
simplemente sintió el impulso de compartir sus notas con el viento, o con
alguien que, como él, amara la música. Pero cuando falla el corazón, falla el
oído...
Sin duda, a ser feliz se aprende, y un punto de locura es el
primer síntoma para alcanzar el objetivo para encontrar un nuevo camino
prometedor, y el violonchelista callejero parecía haberlo hallado.
Ella ya no sentía frío aunque su largo y vaporoso camisón
blanco seguía ondeando en dirección del viento, ahora como bandera de meta y
libertad, abandonando de su corazón, el miedo y la rendición.
Le correspondió a su sonrisa con otra cómplice sonrisa.
Entró a por un cálido chal, se envolvió en él y bajó a la calle, la cruzó y se
sentó complacida junto al músico en el bordillo de la acera, mientras éste
seguía arrancándole bellas notas de lamento a su instrumento de cuerdas.
“Cuando estés muy triste, no pidas alegría a quien puede
dártela, pues al igual que se muere de inanición, una sobredosis también puede
matar. La alegría nace en ti si estás bien por dentro. Mírate, límpiate y
siente, pero para sentir es una condición sine qua non estar viva, sentir la
vida, ¡amar vivir!”
Una hora después, el hombre dio por concluido su recital.
Enfundó su violonchelo y haciéndole una cortés reverencia a la dama, se alejó
perdiéndose en la bruma de la noche bajo la mirada atenta de ella. Cuando el
músico llegó a su desvío y bajo la luz de la farola, se paró y giró levantando
su mano. Él sabía que ella aún permanecía donde la dejó... Ella, con el mismo
gesto le correspondió.
Geles Calderón
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